14 de junio de 2015

Libro: Spinoza en Alemania (1670-1789). Historia de la santificación de un filósofo maldito, 2011



Dejo el link para descargar de manera gratuita la versión en pdf del libro Spinoza en Alemania (1670-1789). Historia de la santificación de un filósofo maldito, que fue publicado en 2011 por la Editorial Brujas.





7 de marzo de 2009

Spinoza y la acusación de ateísmo

Hacia mediados del siglo XVIII el término ‘spinozismo’ había devenido sinónimo de ateísmo. Esta identificación se debió, en gran medida, a tres escritos biográficos que tuvieron una gran circulación en ámbitos culturales y académicos europeos: Sebastian Kortholt afirma en el prefacio a la segunda edición del De tribus impostoribus (1700), que Spinoza “fue sin razón alguna un ateo malvado”; Pierre Bayle lo inmortaliza, en su Diccionario histórico y crítico (1697; 2°ed. 1702) como “un ateo de sistema” y Colerus advierte que, si bien al leer sus hermosas definiciones de Dios alguien podría pensar que se trata de un filósofo cristiano, al examinarlo más detenidamente “se ve que su Dios no es Dios, sino un no-dios”.


Pero la identificación de Spinoza como un ateo había comenzado muchos años antes. De hecho, el rumor de que la Ética demostraba que Dios no existe es el motivo por el cual se impide su publicación en 1765. Las escandalosas doctrinas del Tratado teológico-político pudieron haber originado esa sospecha. Pero un examen de algunos testimonios y documentos acerca de la vida de Spinoza revelan que su fama como ateo estaba extendida entre sus contemporáneos aún antes de la publicación de ninguna de sus obras.
Spinoza supo de su reputación y su correspondencia muestra que, lejos de una cauta indiferencia, jamás aceptó que su posición filosófica implicara un ateísmo. Al contrario, Spinoza creyó haber encontrado al Dios verdadero y creyó haber encontrado, además, el verdadero modo de “rendirle culto”.


I. El famoso ateo

Ya en 1661 existía el rumor de que Spinoza era el autor de un sistema filosófico que negaba la existencia de Dios. Así lo confirman algunos pasajes del diario personal del danés Olaus Borch, un médico, botánico, químico y luego profesor de filología, que viajaba por los Países Bajos. Borch escribe que se dice que en Rijnsburg habita un cristiano que antes había sido judío y que por entonces era “casi un ateo”, que no concede valor al Antiguo Testamento y que equipara el Nuevo Testamento y el Corán a las Fábulas de Esopo. Spinoza, junto con su antiguo profesor de latín Franz van den Enden, era, según Borch, uno de esos ateos que, a pesar de hablar a menudo de Dios, no entendía por Dios sino la totalidad del universo. Sin embargo, declara el extranjero, se dice que se comporta bien y vive sin hacerle el mal a nadie, ocupado en la construcción de telescopios y microscopios.

Olaus Borch

El testimonio desinteresado de este viajero revela, primero, que antes de haber cumplido los 30 años y antes de haber publicado ningún escrito, Spinoza era conocido como un ateo y que esto significaba que él negaba el valor de las Sagradas Escrituras e identificaba a Dios con la totalidad del universo. El asombro por su buena conducta en sociedad, además de revelar cuál era el verdadero peligro representado por el ateísmo en ese momento, inicia lo que se transformaría en un lugar común de sus biógrafos: la incompatibilidad entre las convicciones teóricas y el comportamiento práctico del ateo Spinoza.

Spinoza sabía que algunas de sus ideas eran inaceptables para los teólogos ortodoxos. En una carta a su amigo Oldenburg de principios de 1662, le comunica que ha compuesto un opúsculo que se ocupa de la cuestión del origen de las cosas y de su conexión con la causa primera, pero que no se ha decidido a publicarlo, pues teme que los teólogos se ofendan y lo ataquen. Reconoce que muchas de las cosas que ellos atribuyen a Dios, él las atribuye a las criaturas y, al revés, muchas de las cosas que ellos atribuyen a las criaturas, él las atribuye a Dios. Además, admite, él no separa a Dios de la naturaleza tanto como lo hicieron todos aquellos de los que tiene noticia. Lentamente, desafiando la ortodoxia religiosa, la noción spinoziana de Dios comenzaba a gestarse, al igual que se preparaba, entre las filas de los teólogos, una reacción en su contra.

Un año más tarde, en 1663, se publican los Principios de la filosofía de Descartes con un apéndice titulado Pensamientos metafísicos. Fue el único libro que, en vida de Spinoza, llevó su nombre en la primera página y, si bien el escrito no pretendía ser más que una exposición de la filosofía cartesiana, el posterior intercambio epistolar con Willen van Blijenbergh confirma que la impronta de su autor no estuvo ausente de la obra.
Blijenbergh recurrió a Spinoza solicitándole su ayuda con algunos puntos de su libro. Si bien la correspondencia entre ellos comienza de un modo amable, el desconocido se revela pronto como un “filósofo cristiano” que admitía dos fuentes de conocimiento: la razón y las Sagradas Escrituras. Al saber esto, Spinoza se convence de la inutilidad de su esfuerzo: su corresponsal no estaba dispuesto a aceptar ninguna demostración a menos que ésta fuera acorde a la explicación que él o los teólogos atribuían a la Sagrada Escritura. Spinoza, en cambio, advierte que asiente a lo que el entendimiento le muestra, sin sospechar que éste lo engaña o que la S. Escritura (...) puede contradecirlo. En relación con este punto, remite a sus Pensamientos metafísicos, donde, argumentando a favor de la identidad entre el entendimiento y la voluntad de Dios, establece que “la verdad no contradice a la verdad, ni puede la Escritura enseñar tonterías, como suele imaginar el vulgo”.
Spinoza era, pues, consciente de que su posición respecto de la exégesis bíblica ya estaba insinuada. Si las Sagradas Escrituras enseñan verdades, estas pueden ser descubiertas por medio de la luz natural. Esta crítica a aquellos que creían ver en la Escritura una fuente infalible de conocimiento acerca de la divinidad –que los conducía al antropomorfismo de Dios y a otras doctrinas que Spinoza no vacila en calificar de “tonterías”– no pasa inadvertida a los calvinistas ortodoxos: aceptar las tesis spinozianas conduce al rechazo de la revelación, a la aniquilación de la religión, a la negación de Dios.

La mala reputación de Spinoza entre los miembros de la Iglesia Reformada de Holanda se confirma nuevamente en 1665. El pintor Daniel Tydeman junto con otros miembros de la feligresía, habían presentado un escrito al gobierno de Delf solicitando determinado pastor para su parroquia de Voorburg. Al saber esto, otro grupo de feligreses –probablemente de convicciones más ortodoxas– replicó, estableciendo que estos individuos no contaban con autorización alguna de su comunidad y agregaban, como argumento en su contra, que Tydeman tenía “viviendo con él en su pensión a un tal Spinoza, nacido de padres judíos, y que ahora es (según se dice) un ateo o un hombre que desprecia toda religión, y un instrumento perjudicial en esta república”. La reputación de Spinoza como ateo que negaba a Dios y a la religión y que significaba un peligro para la vida en sociedad estaba, pues, ampliamente difundida; y fue suficiente para que el pastor solicitado no fuera designado.


II. El Tratado teológico-político como descargo

“El vulgo no cesa de acusarme de ateísmo”, escribe Spinoza, nuevamente a Oldenburg, en septiembre de ese mismo año, 1665. Inmediatamente, le informa que ha comenzado a redactar un escrito con el que, además de combatir los prejuicios de los teólogos, que impiden que los hombres se dediquen a la filosofía, y de defender la libertad de pensamiento, espera poder refutar la opinión generalizada de que él mismo es un ateo. Como se sabe, Spinoza hablaba del Tractatus theologico-politicus que, a diferencia de lo que su autor esperaba, abriría un violento capítulo en la historia de las acusaciones en su contra.


Ahora bien, a pesar de haber fracasado en su intención, el polémico escrito presenta la noción spinoziana de Dios y, según creemos, ensaya una defensa contra la acusación de ateísmo. La estrategia de Spinoza es mostrar que son más bien sus acusadores los ateos y que su posición es el medio de evitar el verdadero ateísmo. Un primer argumento aparece en el contexto de su discusión de los milagros. Un segundo argumento se basa en su noción de fe.

Todo cuanto sucede en la naturaleza sucede de acuerdo a leyes eternamente necesarias, que no son sino la voluntad de Dios, sostiene Spinonza en el capítulo VI del Tratado teológico-político. Así, los milagros entendidos como hechos que van contra las leyes naturales, son simplemente imposibles. Todo sucede según un orden fijo y también aquello que en la Escritura aparece como milagroso tiene una explicación natural. Los profetas recurrieron a esta noción inadecuada de milagro para cumplir su objetivo: suscitar la admiración y la devoción del vulgo. Es que, según Spinoza, la Escritura “no se propone convencer a la razón sino impresionar la fantasía e imaginación de los hombres y dominarla”.

El milagro del maná (detalle)
Tintoretto - 1577

Si un milagro no es más que un evento natural cuyas causas los hombres desconocen o no pueden explicar, entonces Spinoza tiene razón al sostener que “nosotros conocemos a Dios y la voluntad divina tanto mejor, cuanto mejor conocemos las cosas naturales”. Algo en la naturaleza que desafiara su regularidad estaría en contra de las leyes de la naturaleza y concluye Spinoza, “la creencia en él nos haría dudar de todo y nos conduciría al ateísmo”. Los milagros –entendidos como eventos que van contra el orden natural–, antes que probar la existencia de Dios o enseñar algo acerca de la providencia divina, confunden a la razón humana y la conducen a negar que exista un orden eterno e inmutable en el universo, esto es, a negar a Dios.
El verdadero conocimiento de Dios no proviene, pues, de la lectura de la Biblia sino de la investigación racional de la naturaleza y sus leyes eternas. Pero este Dios que se revela a la razón no coincide con el Dios trascendente y personal de los cristianos y esto no pasó inadvertido a los pastores calvinistas, que comenzaron inmediatamente con sus reclamos ante las autoridades civiles para que el libro fuera prohibido.

El fracaso de su propósito se hizo nuevamente manifiesto a principios del año siguiente, cuando Jacob Ostens le envía un escrito de Lambert van Velthuysen que examinaba la doctrina del Tratado teológico-político y concluía que ésta “elimina y destruye de cuajo todo culto y religión; introduce veladamente el ateísmo o finge un Dios, cuya divinidad no tiene por qué suscitar reverencia en los hombres, ya que él mismo está sometido a la fatalidad; no deja espacio alguno para el gobierno o providencia divina y suprime toda distribución de penas y premios”. Así, aunque admite no conocer al autor, ni saber qué tipo de vida lleva, considera justo denunciarlo por haber vaciado a la religión de todo contenido y por enseñar “el ateísmo puro”.


Lambert van Velthuysen

Spinoza responde al “panfleto”. Su indignación es evidente y, en primer lugar, se detiene en la acusación de ateísmo. En efecto, indica, van Velthuysen no lo conoce e ignora qué clase de vida lleva, pues si lo conociera no se habría convencido tan fácilmente de que enseña el ateísmo. “Los ateos suelen buscar con desmesurado afán las riquezas y los honores, cosas que yo siempre he despreciado, como saben todos los que me conocen”, se defiende.
Spinoza considera que sólo la conducta de una persona puede ser verdadero testimonio de su fe en Dios. Según la define en el Tratado teológico-político, la fe consiste en “pensar de Dios tales cosas que, ignoradas, se destruye la obediencia a Dios, y que, puesta esta obediencia, se las presupone necesariamente”. Fe y obediencia se implican mutuamente. Spinoza puede entonces concluir que “aquel que es obediente, posee necesariamente una fe verdadera y salvífica”. Sólo por las obras se conoce a los verdaderos fieles: “si las obras son buenas, aunque discrepe de otros fieles en los dogmas, es, sin embargo, fiel; y al contrario, si las obras son malas, aunque esté de acuerdo en las palabras, es infiel”, sentencia Spinoza. Únicamente las acciones revelan las verdaderas convicciones de una persona y sus propias acciones, cree nuestro filósofo, son prueba suficiente de su profunda piedad.


III. El Dios de Spinoza

Spinoza no se consideró un ateo y, tal vez, como afirma Gebhardt, nada le dolió tanto como este reproche. Tampoco sus amigos y discípulos lo consideraron un hombre sin Dios. No hay duda de que el Dios de Spinoza, definido como “un ser absolutamente infinito”, “una sustancia que consta de infinitos atributos”, ocupa un lugar central en su edificio metafísico: Spinoza trabaja arduamente en las primeras once proposiciones de la Ética para demostrar, de distintas maneras, su existencia necesaria como única sustancia eterna e indivisible, causa inmanente de todo el universo, sin la cual nada puede existir ni ser concebido.
Sin embargo, también es evidente que este Dios comparte, con la divinidad de las religiones tradicionales, únicamente el nombre. ¿Por qué, entonces, reservarle a este ser inmanente que actúa por la necesidad de su esencia sin voluntad ni entendimiento el nombre de Dios? Su rechazo del cargo de ateísmo indica que no se trata de una estrategia para confundir a los lectores y ocultar una posición que niega la existencia de Dios. Spinoza podría haber eludido muchas dificultades si hubiese dejado el nombre de Dios fuera de su sistema, junto con todos los prejuicios que le vienen anejos.


Spinoza

Pero, si Spinoza denomina Dios a la sustancia absolutamente infinita es que, creemos, está convencido de haber encontrado a la verdadera divinidad –y no sólo una categoría ontológica– cuya idea deberá reemplazar a la noción ficticia de Dios que los hombres han forjado mediante su imaginación y que los teólogos y reyes utilizan para dominarlos.
En efecto, toda la primera parte de la Ética se construye en discusión con las falsas nociones de Dios. Spinoza muestra que el origen de la idea de un Dios como rector de la naturaleza reside en la aceptación de la existencia de causas finales. Es la ignorancia humana lo que hace que los hombres construyan a Dios a su semejanza: el triángulo, si tuviera la facultad de hablar, diría que Dios es eminentemente triangular, escribe Spinoza a H. Boxel. Este Dios imaginario, fuente de toda clase de supersticiones, tiene, según Spinoza, consecuencias nefastas para los hombres: los esclaviza, los vuelve ignorantes y temerosos, los enfrenta entre sí.
Liberarse de este prejuicio es, pues, la primera tarea que se propone Spinoza tanto en la Ética como en el Tratado teológico-político. El modo de lograrlo es mediante el conocimiento del Dios verdadero, el Dios racional cuyo único mandamiento consiste en perseverar en la propia existencia con la máxima potencia, coincidiendo con la esencia de cada ser. Así, este Dios revela su función ética y muestra que no se trata únicamente de una sustancia infinita que es causa ontológica de todo el universo sino que, además, tiene consecuencias prácticas para la vida de los hombres.
Aprehender la esencia divina implica necesariamente un determinado modo de vida: en el universo spinoziano teoría y práctica no están escindidas. Conocer a Dios coincide con el amor intelectual de Dios que constituye el mayor contento posible del alma. La virtud coincide con la potencia y con la libertad. Spinoza reemplaza, pues, al Dios revelado de las religiones con un Dios racional, a la teología con la filosofía... y a la religión con su ética.

Si por ateísmo ha de entenderse la posición que niega la existencia del Dios de las religiones –un Dios personal y trascendente cuyo ser y cuyas acciones nos son reveladas en las Sagradas Escrituras–, entonces Spinoza ciertamente fue un ateo. Si por ateísmo entendemos, con Spinoza, la negación de que existe un orden necesario e inmutable en la naturaleza, la consagración de la propia vida a la búsqueda de riquezas, honores y placer, entonces Spinoza, el virtuoso, jamás pudo haberlo sido.
Ya desde su juventud, cuando redacta el Tratado de la reforma del entendimiento, sabía que únicamente “el amor hacia una cosa eterna e infinita apacienta el alma con una alegría totalmente pura y libre de tristeza”. Al descubrir que la riqueza, el placer y el honor, que parecían bienes seguros se transforman, luego de un análisis, en bienes inciertos y, finalmente, en males ciertos, Spinoza abandona el ateísmo –que se revela como la posición más extendida entre los hombres– y abraza la verdadera fe: la obediencia a las leyes eternas y necesarias de la naturaleza. Este es, para él, el único camino a la felicidad, que no es un premio a la virtud, sino la virtud misma.

Muchos años debieron pasar para que el Dios de Spinoza fuera visto como una divinidad y no, como indicaba Colerus, como un no-dios. La recuperación del spinozismo como una doctrina filosófica se la debemos a Lessing y su provocativo “no hay otra filosofía que la de Spinoza”. Pero la destrucción de la imagen de Spinoza como un ateo malvado, como un filósofo maldito, es el legado de Goethe para quien Spinoza fue “theissimum (el más lleno de Dios) y christianissimum (el más cristiano)” y de los románticos, que vieron en él a un santo, a un hombre embriagado de Dios.


Este texto fue presentado en el V Coloquio Internacional Spinoza
(Valle Hermoso, Córdoba. Octubre de 2008)
y se encuentra en prensa para su publicación